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Sobre la Biblia

La muerte y el purgatorio

Cuenta María Simma, experta en el tema del Purgatorio, un caso de la vida real:
Recuerdo a un señor que vino a verme con dos nombres para saber qué había pasado con ellos. Cuando le pedí que me contara un poco de estas personas, se negó diciendo que me había dado esos nombres para ver si yo decía la verdad. Le dije:
—De acuerdo, déme tiempo.

La sabiduria de la cruz

−¿Por qué me pasa esto a mí…, y precisamente ahora?
−Porque es lo que Dios precisamente quiere.
Santa Teresa de Jesús le decía al Señor: “O padecer o morir”. Nosotros le decimos: “Mejor morir que padecer” porque nos falta fe y pedirle al Señor entender el sentido de la Cruz en nuestra vida. Hay que pedirle a Dios que agrande nuestro corazón y que nos dé una alegría profunda. Dice un Santo que el amor que no nace de meditar la Pasión del Señor es un amor tibio.

Jesús, el Mesías. Bautismo y predicación

La Encarnación como instante fundamental en la Historia de la Salvación, tiene dos dimensiones, según la Redemptor Hominis: una dimensión divina y otra humana. Dios se hace hombre y así devela el rostro de Dios, que no es sólo Juez, sino antes que nada, Padre. Mediante esa realidad Dios se abaja al hombre con amor eterno, lo transforma y lo hace una criatura nueva. En ese momento se hace realidad el amor de misericordia.

Interpretación católica de la Biblia

La Sagrada Escritura es una colección de libros sagrados que, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tiene por autor a Dios, y como tales han sido entregados a la Iglesia. Esta colección comprende 46 libros del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo.
El autor principal de la Biblia es Dios, y el autor instrumental es el hagiógrafo o autor humano inspirado. La Biblia es un libro de autores humanos y, a la vez, inspirado, porque en él nos habla Dios. Y Dios “sigue hablándonos” en sus páginas a los hombres de hoy.

Lo que las Sagradas Escrituras sí enseñan sobre el fin del mundo

Para que el mundo se acabe deben cumplirse antes ciertos acontecimientos

Advierte san Pablo: «Por lo que respecta a la venida de nuestro Señor Jesucristo... os rogamos, hermanos, que no os alarméis... por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras... que os hagan suponer que está inminente el Día del Señor... Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse... el Hijo de perdición» (II Tes 2, 1-3).

Esto significa que el mundo no se acabará sin que antes sobrevenga una serie de acontecimientos.

El cielo

Leo Trese trata de ilustrar lo que es el Cielo así: “Supón que en el Cielo llevas un reloj que tiene cuerda para ocho días, y que cada hora allí, representa sesenta billones de años. Nada más llegar, le das toda la cuerda y luego miras un instante a Dios. Una mirada que te hace inmensamente feliz. Luego vuelves a mirar el reloj y observas, asombrado, que ya no tiene cuerda. Esos sesenta billones de años te parecieron un instante de los feliz que eres”. Este ejemplo, además de ser inadecuado, se queda corto. Porque tratándose de Dios y del Cielo, no hay peligro de exagerar.